Los terremotos se
producen cuando las tensiones acumuladas por la deformación de las capas de la
Tierra se liberan bruscamente. Se rompen las masas de rocas que estaban
sometidas a fuerzas gigantescas, reordenándose los materiales y liberando
enormes energías que hacen temblar la Tierra. Sus focos de inicio (hipocentro)
se localizan a diferentes profundidades, estando los más profundos hasta a 700
kilómetros. Son especialmente frecuentes cerca de los bordes de las placas
tectónicas. Al año se producen alrededor de un millón de sismos, aunque la
mayor parte de ellos son de tan pequeña intensidad que pasan desapercibidos.
Actúan de forma
instantánea en un área extensa y las ondas sísmicas que provocan, especialmente
las superficiales, causan formación de fallas, desprendimientos de tierra,
aparición y desaparición de manantiales, daños en construcciones y muertes en
las personas. Son muy difíciles de predecir y, en la actualidad, no hay
sistemas eficaces para alertar a la población con tiempo de la inminencia de un
sismo.
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